¿A Ginebra con capa o espada?

Por: Alidssa Blanco. 30/12/2019.

Había una vez un reino fuera del tiempo, un reino capaz de adaptarse a cualquier espacio, uno con un conjunto de historias entrelazadas como la red de una araña. En el centro de tal reino, como un corazón a un cuerpo yacía Camelot: hogar de la leyenda del rey Arturo, quien al retirar la espada mágica de la piedra descubrió que era el heredero legítimo del trono de Uther Pendragon; hogar de Lancelot y sus aventuras, su armadura reluciente, su nobleza superior; hogar de los caballeros de la mesa redonda, del mago Merlín, del malvado Mordred, de la bruja Morgana, de la búsqueda del Santo Grial. Hogar de la fantasía y la cristiandad, de la justicia, el honor y la nobleza. Hogar, en fin, de Ginebra de Cameliard, cuyo amor causó que el caballero más noble traicionara a su señor, llevando a la destrucción del mítico reino y a la muerte del rey. Es decir, causante de la pelea de Lancelot y Arturo, ayudante indirecta del plan de Mordred. Reina de las ruinas, de la traición, del amor prohibido y la belleza maldita.

Guenevere, Ginevra, Gwenhwyfar, Gaynor, Guanhumara, Guennivar, Ganore, Guenever, Waynor.

La historia ha querido perpetuar su figura a través del tiempo, pero ¿por qué? ¿Qué hace irresistible a esta joven? ¿Será solo su participación en un triángulo amoroso? ¿La facilidad de poner la culpa de la ruina de Camelot en su emotividad femenina? ¿Su belleza? ¿El hecho de que dos de los hombres con mayor honra entre los caballeros de la mesa redonda hayan buscado su cariño? Para que estas preguntas encuentren sus respectivas respuestas (y abran paso a mayores preguntas, como suele suceder), se debe tener en cuenta que no todos los autores que han escrito sobre el ciclo artúrico opinan lo mismo ni entienden la situación de la reina Guinevere desde el mismo punto de vista. De allí el título de este post: ¿A Ginebra con escudo o espada? ¿Defensa o ataque? ¿Debemos considerarla como una víctima más de las circunstancias o como la traidora que parece ser? ¿O es que acaso podemos imaginar más allá de los extremos, dibujando la silueta de una mujer que lejos de representar una sola cosa encarnó una guerra interior, un conflicto de intereses, un mundo de pasos en falso y tragedias columpiándose sobre su cabeza?

 Para Chretién de Troyes en “Lancelot” (1135-1181) esa valencia múltiple de sentimientos era el rasgo principal de sus personajes. El autor nos muestra a una Ginebra apasionada, estricta en sus afectos, impecable en su belleza, repleta de fuerza femenina y capaz de tomar decisiones de gran peso por sí misma. Es realmente un agente importante en la vida de Lancelot, como se demuestra por el desarrollo de su rapto por Meleagante y su posterior rescate. Estas características, lejos de perderse, son retomadas por Sir Thomas Malory en “La Muerte de Arturo” (1485), quien nos habla de los celos de Ginebra y de su amor incorruptible, aquel por el que la condenaron a ser quemada viva. Más tarde, el mismo Malory nos narra cómo Mordred intentó forzarla a convertirse en su reina, durante el periodo en que Arturo estuvo en Francia con Gawain para enfrentarse a Lancelot. Ginebra consiguió ganarse la confianza de Mordred y por ella surgió efecto su engaño: huyó a la Torre en Londres, donde le pidió a sus fieles nobles que la defendieran. Mordred, aún con todo su ejército, su maquinaria y sus trucos, no pudo romper las líneas ni obligarla a salir. ¿No es este acaso un reflejo de la inteligencia y la voluntad de la noble reina?

Es Alfred Tennyson, en “Idilios del Rey” (1859-1885), quién escribe sobre la culpa de Ginebra una vez que esta ha huído a refugiarse entre las monjas de la santa casa de Almesbury. A través del recuerdo y de su conversación con una pequeña doncella, el escritor va reconstruyendo el error letal de la reina, acentuando lo horroroso de su canallada, hasta que Ginebra se enoja por las críticas y se defiende diciendo qué una niña como ella nada podría conocer del mundo al estar encerrada entre las murallas de un convento. Mientras la reina medita sobre las diferencias entre Lancelot y Arturo (a quién había encontrado frío y distante, en comparación al otro), el mismísimo rey apareció en el santo lugar para hablarle a su esposa. La confesión es dura: ella es la culpable de la maldición que azota al uno vez puro reino, culpable de la corrupción de los mejores hombres, una enfermedad en el castillo, un mal que dejaron entrar por ingenuidad. Arturo, luego de desatar las palabras de su pesado corazón, le otorga su perdón con la esperanza de volverla a encontrar después de la muerte, libre de pecado; le ordena a las monjas que cuiden de su esposa hasta su último aliento y se marcha. Ginebra llega a contemplar el suicidio en medio de su agitado ánimo, pero renueva sus fuerzas gracias a la idea de aquel futuro elevado, ahora que por fin comprende que Arturo es el más noble de entre todos los caballeros y que ella le ha fallado al mundo por no haberle amado a tiempo. Sus días culminan como abadesa en aquel refugio.

En contraposición al fuerte veredicto de Tennyson, William Morris en “La Defensa de Ginebra” (1858) nos ofrece la respuesta de la reina para justificar sus acciones; la acusada se enfrenta a Gauwaine y le llama mentiroso con el sentimiento desbordando en su lenguaje corporal, explicando cómo se dio toda su historia con Lancelot, partiendo desde el momento en que se conocieron. Este texto inaugura una línea de otras obras que exploran la historia desde la perspectiva de Ginebra, tales como el poema de Sara Teasdale “Guenevere” (1907), “Guinevere en su Chimenea” (1931) de Dorothy Parker y la colección de “Guenevere Habla” (1991) de Wendy Mnookin. A estos se suman el conjunto de novelas contemporáneas como las de Parke Godwin “Amado Exilio” (1984) y la trilogía de “Guinevere” (1991) de Persia Wolley.

Así, las respuestas no pueden más que quedar abiertas para todo aquel que se atreva a explorarlas, a tomar posición en la contienda que se extiende sin paradero certero en la línea temporal de la humanidad, a atacar o defender a la reina mediante la tinta y el papel.  A Ginebra, más que con capa o con espada, se le debe tratar como una de las figuras femeninas de mayor fuerza en la historia de occidente, una mujer mítica capaz de inspirar, de ser más que solo una víctima o una pecadora.

¿Y para ti cómo será? ¿Cuál es tu opinión sobre Ginebra y su papel en el ciclo artúrico? Puedes unirte a la discusión en la sección de comentarios y disfrutar de la serie de ilustraciones en la galería.

Bibliografía:

Ahern, Stephen. «Listening to Guinevere: Female Agency and the Politics of
Chivalry in Tennyson’s Idylls.» Studies in Philology 101.1 (2004): 88-112.

Chretién de Troyes. «Lancelot, el Caballero de la Carreta». ()

Morris, William. «The Defence of Guenevere.» (1858).

Robbins Library Digital Project. «Guinevere.» Link: d.lib.rochester.edu/camelot/theme/guinevere

Tennyson, Alfred. «Guinevere.» (1859-1885), «Idylls of the King.» (1859-1885).

2 comentarios sobre “¿A Ginebra con capa o espada?

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